CANTO IV- Primer Círculo

Primer Círculo: El Mundo sin Luz: El recuerdo del hombre que libertó a Adán. Encuentro con los grandes poetas. El castillo de las almas nobles.

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Terrible trueno resonó en mi mente

y me hizo despertar. Me vi llegado

al borde del abismo, desolado

lugar donde mora la doliente

multitud. Retumbaban tristemente

los ayes del dolor, profundo y abrumado,

y en tan densas tinieblas penetrado,

que fatigué la vista inútilmente.

 

—Descendamos, ahora, al mundo sin luz

—dijo mi noble Guía, conmovido

y pálido—. Y yo, al ver su blanca faz:

¡Maestro!, si vacila la virtud

de tu valor, ¿qué haré? —Hijo querido,

lo que en mi rostro ves, sólo es piedad.

 

Y siguiendo sus pasos, me adentré

en el primer círculo infernal

y oí suspiros de tristeza tal,

de penas sin tormento, que temblé.

 

—¿No me preguntas nada, ni por qué

llora esta gente? ¿No preguntas cuál

es su falta? Pues sabe que no hay mal

en ellos. Y yo supe y me callé.

 

Y él siguió: —No lloramos por pecado,

ni indolencia: que humano bien hicimos;

mas sin la Fe no hay bienaventuranza.

Nuestro vivir es sólo inalcanzado

deseo del gran don. De eso sufrimos.

—Dime —exclamé—: ¿Os queda una esperanza?

 

Él respondió: —Me hallaba en este estado

desde poco, y un Hombre Poderoso,

de dulce faz y gesto bondadoso,

con cetro y de diadema coronado,

bajó hasta aquí. Nacía en su Costado

tal torrente de luz, que este penoso

lugar fue, en su presencia, venturoso

día. ¡Nos dejó el corazón arrebatado!

Se llevó a Adán, a Abraham, a los profetas

y a muchos otros se llevó consigo

a su Reino de Luz, de donde vino.

Y no te digo más, que mi ansia aprietas

y yo no llego a más, querido amigo,

no me atrevo a esperar lo que adivino.

 

Vi a lo lejos un fuego que vencía

tinieblas y no era la distancia

mengua para el aprecio y la importancia

que supe que a su gente se debía.

—Dime, Maestro, honor de la Poesía,

¿quiénes son los que tienen la ganancia

de tal favor?, ¿cuál es esa sustancia

que hasta aquí manifiesta su valía?

 

Y él respondió: —Este don se reserva

a los que en su vivir, se acompañaron

de obras de gran valor y gran virtud.

Tal es el bien, que siempre se conserva

y acompaña a las sombras que dejaron

la vida, antes hombres, con su luz.

 

Y una gran voz clamó con gallardía:

—¡Salve a nuestro altísimo Poeta!

¡Vuelve su noble sombra, siempre inquieta

por la belleza y por la cortesía!

 

Vi llegar en afable compañía,

un grupo, cuatro sombras, recoleta

figura y noble porte, faz discreta,

sin muestras de tristeza ni alegría.

Y mi amado Maestro, nunca en vano,

me mostró a aquellos cuatro, verdadero

honor del hombre y todo su linaje:

—Homero, Horacio, Ovidio, y a Lucano.

Entre nosotros —dijo— no hay primero

y todos nos rendimos homenaje.

 

¡Siempre mi alma estará reconocida

por el honor más alto que en el suelo

cabe! ¡Poder mirar la cima donde el vuelo

del Canto tiene nombre y se apellida

en ésos, que tras dar la bienvenida

a mi Señor, me dieron el consuelo

sin par de su amistad, igual modelo

de equidad, de nobleza y de medida!

 

Fuimos hasta un castillo, rodeado

de siete muros y un arroyo claro,

que bastábale el pie para pasarle.

Cruzamos siete puertas hasta un prado,

con mucha gente, de verdor no avaro,

y subimos a un alto a contemplarle.

 

Vi a los héroes nobles, valerosos,

las mujeres sencillas y prudentes,

los caudillos preclaros y clementes

y a los que juzgan misericordiosos;

los sabios esforzados y piadosos

de las miserias de las pobres gentes;

vi a los hombres honrados y valientes,

y a los humildes y a los generosos.

Vi, allí, a todos aquellos que buscaron

el bien y de él hicieron su ropaje

con la fe en una bella Humanidad.

Y del grupo de seis se separaron

dos, para que uno prosiguiera el viaje

que pidió para él, la que es Bondad.

 

Dejad, poetas, que éste, que ha llegado

tras vuestros pasos en peregrinaje

a este lugar, hoy ponga en el lenguaje

que no alcanza a esperar, enamorado,

su ruego a Aquel del pecho traspasado.

Y si una vez bajó, pida que baje

y que unas dulces manos borden traje

de boda para el que desarrapado,

se siente indigno.

 

Un ruego que sostenga:

si no llega a esperanza, sea sueño,

y este sitio de humano padecer

sea, todo él, deseo, porque venga

el que está ausente pero que es su Dueño,

y esta vez, a su lado, ¡la Mujer!