CANTO IX- Esperando la Ayuda Prometida

Esperando la ayuda prometida. Terrores antiguos: Las Erinnias. Gorgona. La llegada del Ángel. Entrando en la ciudad del mal. El Cementerio.

GALERIA

—Pues se me ha ofrecido…

 

Yo sentía en su voz que le embargaba

una extraña inquietud. Y él —que notaba

mi advertencia—, puso atento el oído,

buscando en las tinieblas un sonido

—ya que la vista apenas alcanzaba

a nuestros rostros—, mientras yo atisbaba

sus gestos, entre ansioso y afligido.

 

—“Venceremos, si no…, mas, cuánto tarda…

Pero me fue ofrecido…” Ocultaba

que algo iba mal, y a más que procuraba

calmar mi corazón, que se acobarda

tan fácilmente, en aquellos momentos

sólo tenía negros pensamientos.

 

—Di: ¿Bajó al fondo de la cuenca oscura

alguno de vosotros, los del primer

círculo? Y él: —No suele suceder:

sólo hay maldad, envidia y amargura.

Pero a veces nos mueve la ternura:

yo estuve aquí una vez, una mujer

me conjuró, y para detener

su llanto, bajé a la sepultura

del traidor para sacar un alma

del más hondo lugar, el más oscuro

y lejano y de más triste sino.

Fue al poco de mi muerte, así, ten calma,

tan pronto aquél que espero abra este muro,

proseguiremos, conozco el camino.

Pero hay que entrar, las aguas pestilentes

nos rodean…

Él siguió…, yo no oía,

rígido ante el espanto que surgía

a mis ojos de las torres ardientes:

tres formas femeninas con serpientes

por cabellos, y la sangre caía

de sus rostros, mezclándose en la orgía

del veneno que aguardaba en los dientes

de sus turbias melenas, ¡como un reto!

 

Mas no al valor de mi templado Guía:

—Ve, Meguera, Tisífone y Aleto,

son las verdugas, las hijas espurias

de la Hidra maldita, de la Arpía,

son las Erinnias, las terribles Furias.

 

En obsceno arrebato, desgarraban

sus pechos con las uñas, ofendidas

de nuestra indiferencia, y encendidas

de rabia y de furor, nos insultaban

con palabras soeces y llamaban

a maldades mayores que escondidas

se encuentran al acecho en sus guaridas,

aguardando sus presas, que allí acaban

a la postre, rendida y fácilmente.

 

—¡Llamemos a Gorgona y le convierta

en piedra! ¡Que le seque el deseo!

¡Venguemos el ataque de Teseo

y quede su alma eternamente yerta!

 

—¡Vuélvete! —exclamó inmediatamente

mi Señor—. Si ese horror se presenta

y tú le miras a la cara, sabe

que todo está perdido. Y por si cabe

a mi curiosidad, él, por su cuenta,

puso sus manos sobre mi sedienta

faz, por no dejar al azar la llave

del descuido.

 

Sepa, el que escucha, el grave

y terrible mensaje que se inserta

en versos misteriosos: “¡Nadie tiente

al mal!” Las sombras, hábilmente,

buscan que el alma ingenua y vanidosa

entre en la red mortal de su falacia.

La batalla final y victoriosa

sólo es de quién es todo Luz y Gracia.

 

Me llegaba el sonido impetuoso

de un terrible ciclón que retumbaba

en laguna y riberas. Yo palpaba

la euforia de mi Guía que gozoso

deshizo de mi cara el amoroso

escudo de sus manos. Emanaba

nueva y profunda paz que iluminaba

su dulce rostro, antes temeroso

y triste: —¡Mira! ¡Ve la espantada

de los furiosos!

No vi saltar

las ranas cuando ven a la serpiente

enemiga, ni cuenca dilatada

por más hondo terror, que el pulular

ante aquél que avanzaba firmemente,

espantando las aguas de tal modo

que parecía hollar el firme suelo.

A veces apartaba como un velo

el aire denso, pues el triste lodo

huía a su pisada, cual si todo

él llevara en su mirada el Cielo

de donde procedía, y todo el celo

del Amor por espada y acomodo,

sin importarle nada más.

Mi Guía

me hizo guardar silencio y la distancia

obligadas, y bajamos la cara

ante el ser luminoso que seguía

avanzando y, sin más importancia,

abrió el lugar con una simple vara.

 

Luego, con ese hastío indiferente,

ese desdén al mal que da la ciencia

que sabe la victoria y la paciencia,

surgió a su voz —ni airada ni clemente—

sobre aquellos que fueron en naciente

día, sus amigos, y tras la violencia

del maligno, enemigos. No hay dolencia

ni rencor en su tono, solamente

verdad:

 

—“¡Cuándo conoceréis que estáis

vencidos y que sólo la gloria

de Aquella a quién teméis, porque la odiáis,

os mantiene! Basta tan sólo que Ella

apoye su sandalia, y sin más huella,

sólo seréis horror, sólo memoria

de horror”.

Y cuando hubo cumplido

su misión se fue, con la mirada

fija, a la sonrisa enamorada

que le envió, dejando en el olvido

todo lo demás.

 

Algo compungido

quedé: busca, el que sólo es nada,

la atención, pese a serle otorgada

la caridad del más enaltecido

de los seres. Y entramos. Sólo había

campos de soledad y de amargura

por doquier al envés de la muralla.

Ni casas ni ciudad. Sólo agonía

de cementerio, de fuego, de locura,

de sinrazón. El corazón estalla.

 

Porque en esos sepulcros, enterrados

cabeza abajo, las piernas al vacío,

pataleando, ¡hay hombres! ¡y es mío

su linaje!… Peones utilizados

por el odio… ¡hay hombres! Desafío

donde escupe el maligno el poderío

contra el Amor: ¡hombres desesperados!

 

Siento el frío que abrasa mi cabeza:

querer ser como Dios desde la nada

y al modo de la nada, en el horror

de la envidia y de la muerte, la realeza,

la dignidad del ser pisoteada,

y la siembra del miedo y el terror

sobre los hombres. Y esto no es humano,

no es propio de la raza que lo siente

como mal, se esconde en la serpiente,

engaña a un ser pequeño, más ufano

que malicioso y, al cabo, el hermano

mata al hermano, y empieza la doliente

soledad sobre la arena ardiente,

y el sueño de un recuerdo en el arcano

del alma.

 

“¡Cuándo conoceréis

que estáis vencidos, que Aquella a quien teméis

—porque la odiáis—, ostenta la victoria

por encima del tiempo y de la historia!”

 

Sabed que la sonrisa iluminada

que nació el universo a su mirada

es de los hombres. Suya es la promesa,

suyo es el canto alegre y cristalino,

suya la luz y el goce en el camino,

suyo el manto y el lino de la mesa,

suyo el cristal del vaso en que se besa

el vino, el sueño peregrino,

la pureza, y suyo el Ser Divino

porque quiere ser suyo y se embelesa

en su esclava: Hija, Madre, Esposa.

En su Gracia concibe toda cosa

y de su nombre nace todo nombre.

 

Sabed que la sonrisa enamorada,

sólo distinta a Dios porque es creada,

es Madre: es la Madre de los hombres.