CANTO XXVII- Bolsa Octava: Espíritus Pervertidos del Mundo Cristiano.

Bolsa Octava: Espíritus pervertidos del mundo cristiano. El atrapado en su propia argucia.

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La antigua llama calló.

Irguiéndose, volvió a recobrar

su altiva pose y tras esperar

quieta y solemne a que se lo

indicara el Poeta, prosiguió

su eterno y ciego navegar

sin rumbo.

 

La veíamos marchar cual llegó,

cuando otra en que no

me fijé antes. y que vino luego

bastante atrás de aquella, llamó

nuestra atención por el trasiego

y el rumor que empezó a sacar

de su punta, queriéndose notar.

  Como el buey de Sicilia que estrenó

su lamento en quién lo cinceló

—y se hizo justicia—, que al lanzar

su bramido parecía estar

lleno de dolor —no siendo sino

el llanto del que desde dentro lo

exhalaba—, tal la llama, al no hallar

abertura, hacía crepitar

el fuego, hasta que encontró

el resquicio y dijo:

 

—¡A ti, que hace un instante oí diciendo

en mi lengua: «Vete, no te entretengo

más», ¡escúchame! Y aunque vengo

tarde, no te duelas de hablarme. Ve

que no me duele a mí y estoy ardiendo.

Y si hace poco que has sido arrojado

a este mundo ciego, caído de

aquella tierra donde fragüé

mi culpa, di cómo la has dejado,

si en paz o en guerra, y el estado

de sus gentes. Porque yo me crié

entre el Turbión y el monte en

que se nace el Tíber.

 

Seguía yo callado

y atento, como antes, según se me

indicó, cuando mi Guía me tocó

levemente en el codo:  —Aquí

puedes hablar, éste es latino.

 

¡No esperaba nada más!

Me incliné

a la llama y le dije así:

  —¡Alma oculta en el fuego! Romaña

nunca está en paz en el corazón

de sus tiranos, pero a la sazón

se toleran: cada cual rebaña

su porción y extiende su cizaña

a placer.

             —El Águila hace bastión

donde siempre y lo entenebrece con

sus alas. La Garra Verde araña

la tierra que llora a tantos valientes.

El viejo Dogo y su cachorro matan

donde y cuando quieren. El Leoncillo

Blanquiazul cambia de mientes

según conviene. Y las gentes tratan

de seguir viviendo al precario orillo

de la libertad y ni aun eso les

une, ni aún entre ellos mismos. Y

ahora dime quién eres, y así

tu nombre llegue al mundo a través

de mis escritos.

 

La llama, después

de oírme, se remetió en sí

misma. Y al cabo, como si mi

proyecto careciera de interés

alguno, luego de crepitar

a su modo dijo:  —Si creyera,

como dices, que puedes regresar

arriba, está seguro que no

me oirías más. Pero nadie salió

de este foso, ni existe manera

de burlar el fuego.

 

Así te diré, sin miedo a la infamia,

que fui un gran estratega.

Luego vestí

el cordón del pobre, tratando de

remediarme. Y estoy cierto que

me habría llegado a salvar, si

no fuera por el que turbó mi

quietud, para mi daño, y al que le

deseo todo mal. Y oye cual fue

mi perdición:

 

Mientras mi alma tuvo

su cuerpo, no luché como el león,

sino como el zorro. Supe y usé

todas las artes de la astucia, con

tal ingenio, que en ninguna hubo

quien me igualara. Y alcancé

gran fama y renombre. Mas al llegar

la edad en que el hombre ha de arriar

las velas, me arrepentí, confesé

todos mis pecados, me aparté

de todo aquello y, para enmendar

mi antigua vida, entré en el Hogar

del buen Francisco, ¡y ojalá que

quedara en él!

 

Pero aquel superior,

sin ninguna vergüenza ni decencia,

bien se aprovechó de mi obediencia

y flaqueza. Y como mandó llamar

Constantino a Silvestre, para curar

su lepra, así él envió por

mí, para hallar remedio al ardor

de su cólera.

 

Primero callé,

pues sus palabras parecían de

un ebrio, pero él siguió con mayor

ímpetu: «No tengas ningún temor

—me dijo—. Yo, de antemano, te

eximo de la culpa. Pero me

has de decir cómo puedo echar por

tierra a mi contrario. Puedo cerrar

y abrir la Ley, como tú sabes,

y no me importa usar esas dos llaves

que tanto respetó mi antecesor.»

  De este modo, vine a barruntar

que —yo a salvo— callar era peor,

y le dije: «Ya que me absuelves del

pecado que voy a cometer,

para triunfar, has de prometer

mucho y no cumplir.»

 

Cuando llegó el morirme,

vino a buscarme el fiel

Francisco. Pero vi aparecer

un negro diablo: «¡Éste ha de arder

—le gritó— y es mío, desde aquel

mal consejo! Él mismo ingenió

el sofisma y le atrapé. Pues no

es  posible absolver al que no se

arrepiente, ni hay contrición

queriendo el mal,

pues hay contradicción

en los términos.»

 

¡Cómo desperté de mi error

cuando me agarró

diciendo: «Nunca pensaste que yo

razono y soy lógico.» !Y me

llevó a Minos, que se ciñó

ocho veces la cola, la mordió

furioso y gritó: «¡Éste es de

la llama falaz!» Así es como entré

aquí y el lazo que me tendió

mi vieja astucia.

 

Y sin agregar más,

la llama se marchó agitando

su punta. Y nosotros, tras cruzar

la roca, pasamos a la incisión

siguiente, donde están penando

los que siembran discordia y división.