27 Ene CANTO XXXIV- Satanás. El Mono Derrotado.
Satanás. El mono derrotado. Los devorados de Satanás: traidores al amigo: Judas, Bruto, Casio. Saliendo del Infierno. Las estrellas.
—¡Los estandartes del emperador
del mal se nos acercan! —exclamó el Poeta—.
Helos allá, a ver lo
que encuentras.
Cual yendo por el campo,
ya acabado el calor
en las cosas, ya muerto el color
bajo las sombras —o cuando cayó
una densa bruma—, que el andador
ve, a lo lejos, las aspas del lagar
donde se muele el grano avanzar
en la negrura, tal se me mostró
aquel gran artefacto. Mas no más
que un momento, pues la fuerza de las
ráfagas que helaban, me llevó
a escudarme tras el Vate. Que allá
no queda resguardo alguno.
Nos encontrábamos ya
—temblando os
lo muestro— donde el ser está
en los bloques, cual la paja en la
masa de agua que heló en los cubos.
Los cuerpos, dentro, se transparentan.
Los puedo ver cómo yacen, aunque ya
apenas quedan rasgos. Unos están
tumbados, otros están rectos, ya
sobre sus plantas, ora sobre la
cabeza; en algunos se les han
juntado ambos extremos formando un aro.
Luego de un trecho andando
en las sombras, el Poeta se paró
para mostrarme a aquél que fue
una vez, el rostro más bello de
los ángeles. Tras ello se echó
un poco al lado, para que yo
lo observara de frente.
¡Que no se me pregunte
en qué estado quedé
al contemplarle! Porque eso no
se puede expresar, de mudo,
de yerto, que todo fuera poco.
No sé cómo me hallaba.
Sólo sé que estaba,
que no estaba muerto,
pero estaba falto de facultad
toda salvo el espanto. Observad
lo que puede ser esto. Estar
muerto a todo, salvo al terror.
Se alzaba el funesto emperador,
sobre el bloque, cuanto para dejar
los brazos fuera. Más puedo pasar
por un coloso, que éstos a un sector
de su antebrazo. Vea el lector,
usando de su mente, de juzgar
cual debe de ser su envergadura.
De mostrar alguna vez hermosura
como es ahora su fealdad,
de haber usado de tanto favor
para revelarse a su Hacedor,
no cabe duda que toda maldad
se engendra por él.
¡Qué estupor me causó que su
cabeza constaba
de tres rostros!
El que se mostraba
al centro, enfrente, del color
de la sangre. A ambos lados, por
el cuello, el otro par que se traba
todo él, en la nuca, que acaba
truncada como un negro tumor.
Era el rostro de la derecha, del
color de la cera. El opuesto, el
del luto. Bajo cada rostro, dos
alas de tal tamaño que no se
encontró nave semejante, de
tegumentos membranosos, cual
los sangradores nocturnos.
Sacaba con ellas los tres soplos con que helaba
las entrañas del Cocito.
Lloraba con sus tres pares de ojos.
Goteaba por sus tres barbas, sangre con baba
roja. Con cada boca machacaba
un condenado, de suerte que daba
tortura a tres a la vez. No mostraba
el que estaba al centro, menos dolor
por las dentelladas, cuanto por
el destrozo de las uñas que lo
desollaban todo el cuerpo.
El que está más torturado
—señaló el Vate—
es Judas lscariote, que
entró la cabeza en la boca de
Satanás, en tanto el cuerpo se
retuerce fuera. De los otros que
están boca abajo, el que le
cuelga a la negra es Bruto. Ve
cómo calla, aunque se le dé
tormento, aún se nota que fue
romano. El otro es Casio.
Ya te he mostrado todo.
¡Vamos! Ya cayó
la noche. Ya nada queda que ver.
Tal como el Poeta me ordenó,
me agarré a su cuello.
Él, luego halló
el lugar más adecuado, esperó
el momento según el proceder
de las alas, de modo que cuando
éstas se alzaban más, se aferró
al velludo pecho que sujetó
por el pelo. De este modo, tentando
de mechón en mechón, fue bajando
por el hueco del borde que formó
la capa helada.
Cuando llegó al punto en que
en la cadera va entrando
el muslo, el Poeta, con gran trabajo,
agachó la cabeza hasta debajo
de las plantas de Satanás.
Después que logró bajarse,
se agarró a sus pelos,
como el que comenzó la escala,
dejándome perplejo,
pues se me antojaba volver a entrar en el Averno.
El Poeta me habló
con voz llena de jadeo: —No
dejes de sujetarte: por pesar
semejante nos hemos de escapar
de tanto mal. Al cabo que llegó
al hueco de una roca, me dejó
en el suelo para luego pasar
él, ya más seguro. Entonces alcé
los ojos, pensando encontrar al
monstruo tal como lo dejé. Cuál
no quedé asombrado,
cuando lo hallé con las patas alzadas.
Como yo, otros se asombrarán,
en tanto no se percaten
del punto que cruzó
el poeta. —¡Levántate! —exclamó éste—,
la senda es larga. Ya por el Este,
el sol avanza en la mañana. No
fue bella sala, la que se mostró,
que era caverna dura, agreste,
oscura.
—Señor, sácame de este
error: ¿Dónde está el bloque? ¿Qué pasó
a Satanás que está al revés? ¿Por qué
apenas era de noche, que ahora es mañana?
Él me contesta: —Crees que
estás donde me agarré a aquel
gusano que horada el mundo.
En el descenso era tal,
pero después,
al volverme, cuando empecé a trepar,
pasaste al polo opuesto.
Ahora estás
justo al otro extremo del más
amargo de todo cuanto lugar
guarda el mundo.
Este eje va a dar
a donde fue muerto como un ladrón más,
el Hombre libre de pecado. Las
sombras lo cubren todo, a la par
que aquí da la luz.
Pero Satanás permanece como estaba.
Cayó desde lo alto.
La tierra que se alzaba
del mar, llena de espanto, se veló
dentro de sus aguas.
También, quizás
por eso, el espacio que horadaba
al bajar, huyendo de él, levantó
el monte donde estamos.
Hay allá abajo,
un lugar tan distante a
Belcebú cual es su tumba. No
lo halla la vista, pues no quedó
luz alguna. Pero el que está
atento, al cabo escuchará
el rumor de un arroyuelo que entró
horadando una peña.
Avanzamos tras él al mundo luminoso, mi Guía y yo.
Hasta que ya estamos
arriba. Mi Señor va delante. Vi
ya al frente las dulces cosas bellas
Y SALIMOS DE NUEVO A LAS ESTRELLAS.
EPÍLOGO
El hombre es sed de luz. El alma sabe
y a su manera que a expresar no acierta,
implora a la Verdad no descubierta
que en ella habita: leve, tierna clave
en donde luz y música se trabe
en unidad de Amor, herida abierta
a la Vida infinita que se inserta
en una misma sangre, dulce, suave.
En cada viaje se preludia el viaje
donde la Humanidad, a tientas, labra
su destino entre el ansia y la agonía.
Dura es la noche, débil el coraje.
Pero de pronto surge una palabra
y ya todo está bien: ¡Madre! ¡María!