CANTO VII- Cuarto Círculo

Cuarto Círculo. Plutón. El ansia de las riquezas. Fatuidad de la fortuna. Quinto Círculo. La Laguna de Estigia. Los sumergidos en la ira y el descontento.

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—¡Vence Satán! ¡Vence Satán! ¡Parad!

—chilló inquieto Plutón—.

—¡Calla, maldito

lobo! Remuérdete en tu rabia, grito

impotente de la fatuidad

—le respondió mi Guía—. Tu impiedad

es nada a nuestro viaje que está escrito

en lo alto. Miguel, ángel bendito,

quebró a tu dueño. Vence la Humildad.

 

Como la vela hinchada por el viento

cae en mil pliegues cuando el mástil quiebra,

así cayó la bestia sin sustento.

Y penetramos en la cuarta zona,

de más hondo morder de la culebra,

allí donde el pecado no abandona.

 

¡Ay, Justicia de Dios! ¡Cómo desgarra

la propia culpa! ¡Cómo se vuelve

contra su autor y cómo se revuelve

contra todos! Encono sin amarra,

es la lucha de garra contra garra,

furiosa y obstinada, que se envuelve

más y más en su horror, y se resuelve

en más furia aún. ¿Cómo se narra

lo que vi?

Como olas encrespadas

rompen y se destrozan enfrentadas

—eterna lucha de enemigos mares—,

aquellos elementos ensañados,

aquellos seres ciegos y ofuscados.

Y era más gente que en otros lugares.

 

Desde puntos contrarios empujaban

grandes pesos, aullando, estallando

sus pechos del esfuerzo, jadeando,

pifiando como bestias. Se arrojaban

frente contra frente. Entrechocaban

los fardos y los cuerpos en nefando

tropel, y rechinando y rabiando

de odio mutuo, se reventaban

todos.

—¿Por qué acaparas? — rugían

unos—, ¿por qué despilfarras? — gruñían

los otros—. Y el encono redoblado

los rebotaba al punto de partida

para empezar de nuevo la embestida,

que es verlos y sentirse traspasado.

 

—Dí, los de la izquierda, ¿fueron pastores

de hombres?.

—Fueron todos ellos vanos

y vacíos de mente: infrahumanos

en tener y en gastar, y los valores

del alma secos acaparadores

insaciables unos, otros insanos,

derrochando; muñones que no manos,

y cabezas mondas, son deudores

del mundo.

 

—No busques rostros. Bestiales

sus vidas, han borrado toda huella

de razón, si tuvieron alguna.

Ve en qué paran los bienes terrenales

sin amor, y en qué da esa doncella

que unos llaman Azar y otros Fortuna.

 

Mira: Aquel, cuyo saber trasciende

a toda cosa, hizo diversas guías,

distribuyendo en amplias armonías

la luz de las estrellas que extiende

su dulce manto. Así se entiende

que para las riquezas e ironías

de los mudables bienes y alegrías,

hizo a Fortuna, que a tal fin atiende.

Siempre en cambio, sonríe igual que olvida,

lo mismo da que quita, fugazmente.

Hombres, familias, razas y naciones

marchan al aire alegre de su brida,

que el mundo ignora, porque solamente

el Creador conoce sus facciones.

 

Recorrimos el cerco hasta una fuente

de agua hirviente que cae por la hendidura

que ha labrado, honda cual la negrura

de su curso. Al cabo, la corriente,

mudada en triste y mísero afluente,

llega a la playa gris y la captura

Estigia, la laguna, la llanura

de lodo, donde acaba fatalmente.

 

Vi en sus ondas a seres que se herían,

no con las manos, con los pies, los dientes,

la cabeza, los codos. Se arrancaban

unos y otros los miembros. Parecían

fieras enloquecidas y en sus mentes

sólo el odio y la ira se mostraban.

 

—¡Escucha!, señaló con gesto grave

mi Maestro, el barro “murmujea”,

es la raza maldita, la ralea

del descontento, con su eterna clave:

«Tristes fuimos en el aire suave

que con el sol, infausto, se recrea.

Tristes seguimos bajo la marea.»

 

¡Son imposibles! Y no hay quien acabe

con su queja. Amargaron la tierra,

despreciaron lo bello y lo bueno,

y aquí infectan el aire cuando corre

el hueco inmundo que su humor encierra.

 

Y bordeando aquel pozo de cieno,

llegamos hasta el pie de una alta torre.