CANTO XI- La Tumba del Renegado

La tumba del renegado. Sobre la sima infernal. Explicación de Virgilio sobre los designios del mal y sus medios: la violencia, el engaño, la traición. La eternidad del ser.

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Junto a un ingente cúmulo, formado

por grandes piedras rotas, apiladas

en círculo, vi las más atormentadas

de las almas y el más encarnizado

fuego. Del abismo infectado

surgía tal hedor, a bocanadas,

que hubimos de volver nuestras pisadas

en busca de refugio.

Y allí, al lado

de una gran losa, pude leer: “Guardo

a Anastasio que sigue a Plotino.

Llamado hijo, quiso ser bastardo”.

Mi Guía calla. Y yo —que adivino

cuál es su pena— bajo la mirada,

me arrimo a él, y no decimos nada.

 

—Hemos de acostumbrarnos a este hedor.

—habló al cabo— Este fétido aliento

nos acompañará en todo momento,

en lúgubre viaje. —Mi Señor,

busca que el tiempo sea servidor

de nuestra espera y no tormento

inútil.

—Hijo, es lo que intento.

Y como ya conozco tu temor

y tu curiosidad, voy a explicarte

—entre tanto aguardamos— cómo es

este lugar y su nefanda gente.

Y así, ya no tendrás que torturarte

queriendo preguntar en cuanto ves,

que bien se lo pasa por tu mente:

 

“El mal va contra el primer bien:

la Libertad. Sabe que arrebatada,

el hombre se embrutece y ya no es nada.

Una vez apartada de su sien

su alta corona, ya no sabe quién

es, y así, perdida y mancillada

su inocencia, aparta su mirada

de la Luz: queda solo, sin sostén

en la tierra.

Piensa que el hombre es lobo

para el hombre, esconde sus amores,

conoce el miedo, la desconfianza,

la violencia, la mentira, el robo;

teme vuélvanse en daño sus favores,

pierde su fe en la vida y su esperanza,

y el mundo en un erial.

Ya sólo lucha

para sobrevivir sus cortos días,

un poco de placer, mil agonías,

y el deseo de huir cuando se escucha

su grito de terror. Pero aún hay mucha

ansia de amor: son todas sus porfías

arrancar a jirones, alegrías,

denario a denario, de la hucha

del corazón.

Mendiga las migajas,

disputa con los perros su derecho

—dientes contra las manos cabizbajas—,

poco a poco se aparta de su empeño,

y por unas monedas, por un techo,

se hace esclavo, al final, de cualquier dueño.

 

Busca el apoyo de su compañero,

pero entonces conoce el engaño

del igual. Esto le hace más daño

todavía. En su dolor postrero,

nada quiere saber, ni del extraño,

ni del vecino, y se aferra al caño

de su pequeño mundo, aún verdadero:

esa pequeña luz en que aún se vive,

ese pequeño oasis que aún empalma

la vida a su agostado corazón:

¡la Amistad! Pero el mal, que lo percibe,

también llega hasta allí, y un día el alma

cae bajo el puñal de la traición.

 

Y esto es el Infierno. Pero aquí

está sólo el que lo hace, ya no tiene

víctimas. No. Ya no se sostiene

de otras vidas. Ya no le vale el sí

por el no. Está con su maldad y

mastica su rabia. Se mantiene

de su rabia y sólo obtiene

el fruto de su rabia. Así

es el Infierno.

Verás la violencia

en todas sus maneras, el engaño

bajo todos sus rostros, la traición,

la soledad total, y la conciencia

que vive para odiarse con su daño,

sin darse ni descanso ni perdón.

 

Porque Dios no se niega, ni su esencia,

ni en sus obras. Y lo que fue creado

para el Amor, no será negado

por el Amor. Cuando da la existencia

para el Bien que, infinito, le ha soñado,

es para siempre.

No será borrado

el ser, por más engaño y violencia

que se haga y quiera hacer al Creador.

Podrá apartarse de Él, seguirá siendo.

Querrá dejar de ser, inútilmente:

es impotente al acto del Amor.

Querrá morir, mas seguirá existiendo,

porque ha sido nombrado eternamente.

 

Pocos momentos antes que viniera

a nuestro mundo el noble y gran Señor,

hubo una luz, un fuerte resplandor,

y todo retumbó. ¡Tal pareciera

que el universo entero se volviera

al principio!… Fue tan grande el ardor,

tal estremecimiento en el amor,

que no entiendo que no se disolviera

todo en Él.

Porque fue la dulzura

de un abrazo, tan hondo y entrañado,

tal gozo, tal regazo de ternura,

en nuestro mundo desesperanzado,

que aún en mi pena, misteriosamente,

sentí que me nacían dulcemente.

 

También este lugar, por lo que veo,

notó el temblor, pues esta roca estaba

entera cuando vine, negra lava

que vomitó el furor del negro reo

de su traición tras el loco deseo

de su huida.”

 

Arriba, la noche acaba,

cual mi plática. El borde de grava

espera y hemos de seguir. Creo

que aunque dura y difícil la bajada,

más te será ver toda la amargura

que se ha enquistado aquí, con su terror

repetido y continuo. Ser sin nada.

Existencia sin vida ni figura.

Bajemos, hijo, al pozo del horror…