27 Ene CANTO XII- La Violencia
La violencia. Minotauro. Séptimo Círculo. El río de sangre. Bajo las flechas de los centauros. La violencia contra los hombres. Juicio de la raza animal a la tiranía humana.
En las nefandas ruinas, la maldad
que hizo la falsa vaca en su lujuria,
el oprobio del hombre y la injuria
del toro, la ciega iniquidad
que reniega a dos razas, impiedad
de sangre sin nobleza —negra furia
de la oscura cabeza— y la penuria
del ser humano en la brutalidad.
Minotauro se yergue en su caverna.
Mi Guía se le planta y hace cara,
y en tanto con las rocas se descuerna,
—¡Corre!, rápido, al borde, y no tropiece
tu pie, ni sea tu carrera avara,
que nada puede ver cuando enfurece.
Era el barranco aquel derrumbadero
de piedras sueltas y traidoras. Cuando
pisaba, oscilaban arrastrando
a las otras al oscuro agujero
que no tenía fin. Ni se, ni espero
hacerme comprender. Tan sólo agrando
mi canto a la Mujer, que iluminando
a mi Señor, salvó al triste viajero
de una muerte segura.
Vi aquel foso
lleno de sangre hirviente, que anegaba
el redondo lugar en negro marco;
al margen, los Centauros, el acoso
del cazador salvaje, que mostraba
su brazo, siempre a punto, sobre el arco.
Al vernos, tres vinieron al amparo
de sus flechas. ¡Qué magnífica hombría
mi Poeta, templando su osadía
sin un gesto! —¿Quiénes sois o disparo!
—gritó uno de ellos.
Y aquel ser preclaro:
—Buscamos a Quirón, que todavía
conserva el noble don que poseía
vuestra raza, en tiempo dulce y caro,
que yo canté en mis versos. Siempre fuiste
impetuoso, y bien poco te ha dado
la experiencia enojada que viviste.
Y tocándome el hombro suavemente:
—Son Neso y Folo, siempre tan airado.
Quirón, aquel que escuchaba atentamente.
Con la muesca de la flecha, apartó
su barba y nos mostró su gran boca:
—¿Veis que ése mueve todo cuanto toca?
no así las sombras…
Presto respondió
mi Maestro: —No está muerto, y no
es por placer que descendió la roca,
sino por Esa, en quien el hombre invoca
a la piedad, que me lo encomendó.
Dame uno de los tuyos, que le lleve
en su grupa y nos muestre el vado,
pues ve que tiene cuerpo y que no vuela.
Es por Justicia que vuestro arco vela
este lugar, y él también se conmueve
a la esperanza que nos ha enviado.
Quirón, el noble bruto que enseñó
al gran Aquiles la naturaleza,
nos miró desde el fondo con nobleza.
—Llévalos —dijo a Neso, y añadió:
—Cuida de ellos cual si fuera yo
quien los llevara, y si tropieza
tu paso con la tropa, esta pieza
no es nuestra. Ser más alto la cobró.
Así fue como me vi montado
sobre Neso, prosiguiendo el camino.
Mi Guía iba detrás, mas no mohíno
del segundo lugar. La sangre hervía
y el triste miserable que salía
pronto volvía a hundirse acribillado.
Dijo Neso: —¿Ves las secas gargantas
que buscan aire? Tal son los tiranos:
violentos en vida, aquí marranos
en sus yacijas. ¿Por qué te espantas
de lo que digo? Sí, te aguantas,
los temes, sabes que son inhumanos,
pero tienen las armas en sus manos.
Aquí no, sólo sangre. Y todas cuantas
hicieron, las reciben. ¿No dejaron
respirar? No respiren. Que se traguen
cuanta sangre, altivos, derramaron.
¿Es que ya no les gusta? Les gustaba.
Que la sigan gustando y así apaguen
su insania.
Yo, asustado, miraba
a mi Señor, que asintió tristemente,
y murmuró:
—He ahí la sentencia.
“Tal juzga al animal la violencia
contra la raza. Desgraciadamente
el hombre llega a más: omnipotente,
escudado en sus armas, sin clemencia,
se ceba en su especie. ¿Qué indulgencia
esperas, cuando la oscura mente
del instinto tiene mejores leyes?”
Las bestias juzgarán, y el lobo mismo
estará en el jurado, condenando,
sin acepción de esclavos ni de reyes,
negando la premisa al silogismo
que el hombre siempre inventa cuando
daña. Ellos mostrarán la patraña
con que la violencia justifica
sus acciones, apartarán la plica
de razones, y hasta la misma araña
les cortará sus redes.
¡Mal amaña
el terror! La sangre no se aplica,
sino a sangre. La sangre no vindica,
sino sangre. La sangre no restaña,
sino en sangre.
Siempre fui enamorado
del hombre. Al hombre se le ha dado
todo, excepto el hombre. Su valor
se funda en la premisa del Amor.
El pastor da la vida por su grey
y el hombre es pastor de hombres. Tal su ley.
No hay otra.
Vi la suerte implacable,
y aquel sitio terrible estremeció
mis venas. ¡Quién viera lo que vio
mi alma! El lugar execrable,
el destino cruel y miserable,
la flecha que al instante atravesó
al mísero que —hundido— levantó
la cabeza ¡Más vale que no hable
más! Porque Neso no me ocultaba
ningún horror. Tan orgulloso estaba
de su jurisdicción.
¡Por fin el vado!
Y nunca me he sentido tan contento,
como cuando crucé el lugar cruento
y pude hallarme, al fin, al otro lado.