CANTO V- El Infierno de los Tormentos

El infierno de los tormentos: Minos el examinador de las culpas. Segundo Círculo. El viento infernal: los prisioneros del amor carnal. La historia de Paolo y Franchesca.

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Descendimos al círculo segundo,

de más estrecho cerco y doloroso.

Allí Minos, terrible y espantoso,

analiza las culpas e infecundo,

ordena el puesto que en el ciego mundo

se asigna a cada alma. Temeroso,

confiesa el ser sus faltas. Sin reposo,

él dispone el tormento en el inmundo

hueco.

Inmisericorde, frío, duro,

marca el sitio preciso, tan seguro,

que nada queda al alma examinada;

y, mísera, al huir de la Justicia

del Amor, se somete a la inmundicia

de la sentencia hostil y despiadada.

 

Secas, de pie, las almas, una a una,

Minos las analiza, clasifica

y decide. Duramente despotrica

y rechinan sus dientes. No hay ninguna

esperanza. Implacable tribuna

de soberbia, silogismo que se aplica

a analizar miserias, no se implica

en el dolor. ¿Piedad?.., ¡si hubiese alguna…!

Pero él no sabe qué es, él, desalmado,

ignora al alma y mide su pecado.

 

—Tú, que vienes al doloroso hospicio

—me gritó—, no te fíes, no te engañe

lo amplio de la entrada.

—No te atañe

éste —dijo mi Guía—, ve a tu oficio,

que tú no sabes nada.

 

No existía

luz en aquel lugar. Vientos contrarios

desgarraban su espacio, adversarios

mares siempre sin tregua. Se sentía

el rumor del gemir en agonía

en el aire, tristes itinerarios

de dolor, puñales sanguinarios

en dura lucha y en tenaz porfía.

 

Y supe que allí estaban los que niegan

a la razón, siguiendo el apetito

de la pasión del cuerpo al que se entregan.

Y su pasión, sin rumbo ni sentido,

se ha convertido en vendaval maldito,

muerto el placer y el corazón perdido.

 

¡Como las bandas de los estorninos

llegado el tiempo frío y el desdeño,

y el terrible huracán!… El blando sueño

ya no tiene lugar: secos espinos

aguardan la carnaza, desatinos

de sangre y plumas, y el que fue dueño

de su volar, hoy gime en el empeño

de evitar el puñal. Los dulces trinos

hoy son gritos de horror.

Así llevaban

los vientos a las almas que en hilera,

sollozaban, gemían, blasfemaban,

y sus llantos se tornan en aullidos

sobre la horrenda sima, bramadera

donde se sorben todos los gemidos.

 

—Maestro, yo querría conversar

con ésos que al mirarlos, me parecen

vilanos en el aire, cuando crecen

los cardos y es el tiempo de soñar…

¡tan leves son!… ¿qué han hecho para estar

aquí?… tan tiernos que enternecen…

 

—Llámalos —dijo—, tu piedad merecen.

mira, no su pecado, su pesar.

Ellos se acercarán cuando les llegue

el remolino que les encadena,

escucha de sus labios triste historia

y sabrás cómo, a veces, una pena

hace que, ciego, el corazón se niegue,

encerrada en un punto su memoria.

 

—¡Vosotros! que miraros me estremece,

enredados, no heridos, triste vuelo

teñido de dolor y desconsuelo,

¡venid!, si el viento oscuro no lo empece.

 

Ellos se me acercaron, enmudece

ver dos palomas en ausente cielo

empañados sus ojos por un velo

que impide al corazón y entenebrece

el alma.

 

Tú, que miras nuestra herida,

dijo ella — él sólo sollozaba—,

un instante nos ata, es imposible

borrarlo, no tenemos otra vida

que él. Todo allí empieza y acaba

para nosotros. Y oye lo indecible:

 

“¡No hay mayor dolor, en la miseria,

que recordar el tiempo de la dicha!”,

tu Maestro conoce esta desdicha,

y bien lo sabe… Triste, la materia

muere…, la vida, fulgurante feria,

se apaga… El alma se encapricha

y se resiste a abandonar la ficha

de su juego. Ignora cuán seria

es su elección:

“Un libro, aquel pasaje

cuando el hombre, mudo de embeleso,

besa como nadie hizo jamás.

Solos…, mi casto amigo, dulce paje,

puso en mis labios su encendido beso…

Y aquella tarde no leímos más”

 

“Aún me tiembla la sangre derramada

por injusto puñal que nos dio muerte,

en venganza de honor. Fue nuestra suerte

pasión ante la ira arrebatada.

Pero más triste y dolorosa espada,

aquel instante, dulce, que tan fuerte

nos enredó. Aquí somos inerte

recuerdo, donde el alma, atribulada,

nada quiere esperar. Porque, imborrado,

siempre lloramos el placer perdido

que nos azota en viento yermo y yerto.”

 

—¡Qué sutil es la tela del pecado!

 

Y lleno de piedad, perdí el sentido

y caí en tierra como un cuerpo muerto.