CANTO XX- Cuarta Bolsa. El Ser Desencajado.

Cuarta Bolsa: el ser desencajado. Manipuladores del porvenir. Adivinos. Anfinarao. Manto. Historia de Mantua.

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Veo un pozo lleno de angustiosos

llantos y gente que camina, cual

en las procesiones, en espectral

silencio. Sus pasos son penosos

y amargos; sus andares, fatigosos

y extraños. Y al mirar más fijo al

fondo, veo los cuerpos de tal

modo deformados, tan deshonrosos

a la figura humana, que no puedo

contener el llanto y me quedo

apoyado en una piedra. Pues

donde debe estar la cara, está

la nuca, a la espalda sigue la

barbilla y su llanto, al revés,

moja las nalgas.

 

Aquí mi Señor

me toma por los hombros y me gira

hacia sus ojos: —La mentira

—me dice— no merece el favor

de la piedad. Quede cada autor

con su obra. Así pues, retira

tu llanto, alza la frente y mira

a Anfiarao, que sin temor

de Dios ni de los hombres, a despecho

de las sagradas leyes, dio en hurgar

en su futuro.

 

La tierra se abrió por

sus pies y no paró de rodar

hasta que Minos le mandó a este horror.

Ve que de sus espaldas ha hecho pecho

y va hacia atrás: porque quiso ver mucho,

demasiado, y mal. No ha evitado

sus predicciones. Ya ha encontrado

suelo y talón. ¡Míralo!, al ducho

del porvenir, al cobarde aguilucho

de altos vuelos.

 

Hijo, ten cuidado

con los adivinos, han desgraciado

a mucha gente. Yo en mis versos lucho

contra ellos. Despiertan la codicia

y sus augurios inducen al hombre

a la impaciencia. Harto sé de

grandes crímenes por la malicia,

la insidia y la perversa fe

de sus presagios. ¡Mal saben el nombre

de la libertad!

 

Y mira ahora

a Tiresias y a Arontas, que también

fueron grandes magos y con muy buen

provecho. Y esa otra que llora,

cuyo cabello suelto se desflora

en sus pechos, velludos como en

los hombres, y henchida de desdén,

es Manto, la antigua moradora

de mi ciudad. Y he cómo se fundó.

  “Muerto su padre y Tebas ya

destruida, ella, errante, vagó

por muchas tierras. Al norte de la

bella Italia, al pie del

Alpe, sobre el Tiralli, en el

punto de tres sedes, yace impar

un lago: el Benaco. A él va

el agua de mil fuentes, y ya

repleto, la que no puede guardar

en su seno, la vierte al cantar

de mil arroyos y un río que da

al Pó en Goberno y se llamará

el Mincio. Poco ha de navegar,

cuando cae en un llano pantanoso.

   Manto llegó a aquel valle tortuoso,

divisó una tierra y, por evitar

a los hombres, la decidió habitar

con sus siervos. Allí se dedicó

a sus maleficios y allí dejó

sus huesos.

 

Los hombres, esparcidos

por los alrededores, acudieron

luego de su muerte e hicieron

la ciudad — doblemente protegidos

por el pantano—, e inadvertidos,

la llamaron Mantua, y  crecieron,

hasta los Casalodi, que sufrieron

de locura, engaños y descuidos”.

Mucho ha dado en rondar la fantasía.

Tú mira siempre con simplicidad

y atente a lo hechos: la verdad

nunca ha de avergonzarnos. Oirás

historias, muy diversas por demás,

pero tal es su origen.

 

—Sí, mi Guía

—le digo—, pero ahora previene

que estoy tras esta gente y que mi

mente no se aparta de ellos. Ve si

hay alguno que importe.

 

—Allí viene Eurípilo —me dice—, lo tiene

mi libro en algún verso y a ti

te será familiar. Ve a Escot. y

a Asdente. ¿Y que un tonto se llene

de patrañas? Ahora ya sabe qué

negocio hizo cambiando cuero

y lezna por sortilegios. Y ve

a esas miserables del agüero

y los filtros.

 

Y vámonos, que ya

la luna toca en Sevilla y la

jornada apremia. Anoche estaba

redonda y no la habrás olvidado,

porque te iluminó en tu desolado

vagar y, amable, no puso traba

de nube a su luz.

 

Así me hablaba

mi Señor, y más cosas que he callado

en mis versos, aunque bien he guardado

conmigo. No por eso acortaba

el paso que firme y rectamente

me guiaba. Y así, de puente en puente,

casi sin darnos cuenta, estamos

ya llegando a la quinta hendidura

de Malas Bolsas. Y cuando la miramos,

me pareció terriblemente oscura.