27 Ene CANTO X- Sexto Círculo
Sexto Círculo. El Cementerio: las tumbas abrasadas. Diálogo con Farinata. Segunda Predicción: el destierro. Actitud ante los designios del mal.
Entre muro y sepulcros por estrecho
sendero, va mi Guía. Yo camino
tras él, y tiemblo ante el destino
de aquellos seres, pasto del despecho
del odio y de la envidia, ya deshecho
inútil a su fin, del desatino
del fuego y del furor en su mezquino
ensañamiento. Cruje el lecho
de tortura más que hierro candente
y aquel lugar terrible es, todo él, llaga
y lamentos.
—Di, ¿quién es esa gente?
—Ignoran el Amor, son servidores
del tiempo y de la muerte. Ve la paga
que el infame da a sus seguidores.
—Maestro, ¿podré verlos? Nadie mira
por este sitio y están levantadas
las cubiertas.
—Todas serán cerradas
—me respondió— cuando a la acerba pira
se acompañen los cuerpos. La mentira
ya no tendrá gargantas y selladas
para siempre, y en ella sepultadas,
se enfrentarán la ira con la ira.
Y añadió: —Por esta parte yace
Epicuro y sus sectas, abrasado.
Dicen que el alma muere: a su impiedad,
el mundo es un absurdo, el hombre nace
para olvidar su sueño enamorado,
para enterrar su sed de eternidad
en la nada. Pronto se cumplirán
tus deseos y el que te has guardado
también.
—Mi Señor, si he callado,
tú lo sabes que es sólo por afán
de agradarte y cuán prestas están
mis palabras.
—Toscano, que apoyado
en el respeto, cruzas campo abrasado
a donde tantos como yo vendrán,
¡acércate! Por tu lengua me llega
la ciudad que acaso me reniega
en lo que calla y en lo que relata.
Fue surgir esta voz y yo me abrazo
a mi Maestro; y él, con firme trazo:
—¿Qué haces? ¡Vuelve! Mira a Farinata
que emerge de su tumba, de cintura
a cabeza.
Yo, asombrado, miraba
sus ojos como brasas. Despreciaba
al propio infierno toda su figura,
y aún mostraba la fuerza y la bravura
que un día hizo temblar. Ya me empujaba
mi Guía hacia su tumba y me avisaba:
“Habla con propiedad y con mesura”.
—¿Quiénes fueron tus antepasados?
Se lo dije. Y él: —Fueron adversarios
grandes de mi familia y mi partido.
Dos veces los eché.
—Los desterrados
siempre volvieron. Aún no han aprendido
ese arte los vuestros, tus sicarios
—le repliqué.
De pronto, apareció
una sombra que sólo descubría
su barba, mas su cara me decía
su nombre. Ávidamente oteó
el lugar, luego me preguntó:
—¿Por qué no está mi hijo?
Y yo: —Mi Guía
es un alto Poeta, no creía
así tu Guido que harto le ignoró.
—¿Ignoró, dices? Dime, ¿es que acaso
ya no vive?… Y pues que yo callaba,
se desplomó como el que se ha extinguido
del todo.
El otro, sin más caso,
puesto que nadie ya le importunaba,
tomó el hilo en el punto interrumpido:
—Más me duele que no hayan aprendido
tal arte que esta fosa, pero sabe:
«Cincuenta veces gire el rostro suave
de la redonda noche, habrás sabido
por ti mismo —muy largo y bien cumplido—
cuán duro, cuán difícil, y cuán grave
es aquel arte de la amarga clave.»
Dime, ¿por qué es mi bando aborrecido
en mi ciudad?
Respondí: —La matanza
de aquel día en que el Arbia enrojeció
aún clama de la plaza a la muralla.
—No era solo. Mas cuando la venganza
pidió su destrucción, quien la salvó
fue un hombre y solo: yo. Eso se calla
—contestó.
—Dime: ¿sabéis el futuro
e ignoráis el presente? Y él: —Tenemos
cual la vista cansada. Nada vemos
de lo que pasa, mas del largo muro
que es en vosotros un espejo oscuro,
nos queda una visión, que perderemos
cuando concluya el tiempo y entremos
en la eternidad.
Y yo inseguro:
—Di a aquél que su hijo vive, es que estaba
en esta duda, más que a sus pesares,
no crean que callé por crueldad.
Ya mi Guía, a lo lejos, me llamaba.
—¿Cuántos estáis aquí? —Somos millares
en la herejía y la incredulidad.
Regresé a mi Maestro, compungido,
pensando en las palabras que escuché
sobre mi porvenir, que le conté,
y él, al cabo, me dijo comedido:
—Muestran las cosas, pero no el sentido.
Su valor depende del fin al que
atienden. Yo, hijo, no lo sé.
Mas cuando aquella por quien he venido
tome mi puesto en sitio verdadero
—y entre tanto mejor la mente calle—
ella te mostrará lo inescrutable.
Y torciendo a la izquierda del sendero,
dejamos la ciudad, sobre un gran valle,
que emanaba un hedor insoportable.