CANTO X- Sexto Círculo

Sexto Círculo. El Cementerio: las tumbas abrasadas. Diálogo con Farinata. Segunda Predicción: el destierro. Actitud ante los designios del mal.

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Entre muro y sepulcros por estrecho

sendero, va mi Guía. Yo camino

tras él, y tiemblo ante el destino

de aquellos seres, pasto del despecho

del odio y de la envidia, ya deshecho

inútil a su fin, del desatino

del fuego y del furor en su mezquino

ensañamiento. Cruje el lecho

de tortura más que hierro candente

y aquel lugar terrible es, todo él, llaga

y lamentos.

—Di, ¿quién es esa gente?

—Ignoran el Amor, son servidores

del tiempo y de la muerte. Ve la paga

que el infame da a sus seguidores.

—Maestro, ¿podré verlos? Nadie mira

por este sitio y están levantadas

las cubiertas.

—Todas serán cerradas

—me respondió— cuando a la acerba pira

se acompañen los cuerpos. La mentira

ya no tendrá gargantas y selladas

para siempre, y en ella sepultadas,

se enfrentarán la ira con la ira.

 

Y añadió: —Por esta parte yace

Epicuro y sus sectas, abrasado.

Dicen que el alma muere: a su impiedad,

el mundo es un absurdo, el hombre nace

para olvidar su sueño enamorado,

para enterrar su sed de eternidad

en la nada. Pronto se cumplirán

tus deseos y el que te has guardado

también.

—Mi Señor, si he callado,

tú lo sabes que es sólo por afán

de agradarte y cuán prestas están

mis palabras.

—Toscano, que apoyado

en el respeto, cruzas campo abrasado

a donde tantos como yo vendrán,

¡acércate! Por tu lengua me llega

la ciudad que acaso me reniega

en lo que calla y en lo que relata.

 

Fue surgir esta voz y yo me abrazo

a mi Maestro; y él, con firme trazo:

—¿Qué haces? ¡Vuelve! Mira a Farinata

que emerge de su tumba, de cintura

a cabeza.

Yo, asombrado, miraba

sus ojos como brasas. Despreciaba

al propio infierno toda su figura,

y aún mostraba la fuerza y la bravura

que un día hizo temblar. Ya me empujaba

mi Guía hacia su tumba y me avisaba:

“Habla con propiedad y con mesura”.

 

—¿Quiénes fueron tus antepasados?

Se lo dije. Y él: —Fueron adversarios

grandes de mi familia y mi partido.

Dos veces los eché.

—Los desterrados

siempre volvieron. Aún no han aprendido

ese arte los vuestros, tus sicarios

—le repliqué.

De pronto, apareció

una sombra que sólo descubría

su barba, mas su cara me decía

su nombre. Ávidamente oteó

el lugar, luego me preguntó:

—¿Por qué no está mi hijo?

Y yo: —Mi Guía

es un alto Poeta, no creía

así tu Guido que harto le ignoró.

—¿Ignoró, dices? Dime, ¿es que acaso

ya no vive?… Y pues que yo callaba,

se desplomó como el que se ha extinguido

del todo.

 

El otro, sin más caso,

puesto que nadie ya le importunaba,

tomó el hilo en el punto interrumpido:

 

—Más me duele que no hayan aprendido

tal arte que esta fosa, pero sabe:

«Cincuenta veces gire el rostro suave

de la redonda noche, habrás sabido

por ti mismo —muy largo y bien cumplido—

cuán duro, cuán difícil, y cuán grave

es aquel arte de la amarga clave.»

Dime, ¿por qué es mi bando aborrecido

en mi ciudad?

Respondí: —La matanza

de aquel día en que el Arbia enrojeció

aún clama de la plaza a la muralla.

—No era solo. Mas cuando la venganza

pidió su destrucción, quien la salvó

fue un hombre y solo: yo. Eso se calla

—contestó.

—Dime: ¿sabéis el futuro

e ignoráis el presente? Y él: —Tenemos

cual la vista cansada. Nada vemos

de lo que pasa, mas del largo muro

que es en vosotros un espejo oscuro,

nos queda una visión, que perderemos

cuando concluya el tiempo y entremos

en la eternidad.

Y yo inseguro:

—Di a aquél que su hijo vive, es que estaba

en esta duda, más que a sus pesares,

no crean que callé por crueldad.

 

Ya mi Guía, a lo lejos, me llamaba.

—¿Cuántos estáis aquí? —Somos millares

en la herejía y la incredulidad.

 

Regresé a mi Maestro, compungido,

pensando en las palabras que escuché

sobre mi porvenir, que le conté,

y él, al cabo, me dijo comedido:

—Muestran las cosas, pero no el sentido.

Su valor depende del fin al que

atienden. Yo, hijo, no lo sé.

Mas cuando aquella por quien he venido

tome mi puesto en sitio verdadero

—y entre tanto mejor la mente calle—

ella te mostrará lo inescrutable.

 

Y torciendo a la izquierda del sendero,

dejamos la ciudad, sobre un gran valle,

que emanaba un hedor insoportable.